Físico estadounidense, considerado como uno de los más importantes de su país en el siglo XX. Su trabajo en electrodinámica cuántica le valió el Premio Nobel de Física en 1965,. En este trabajo desarrolló un método para estudiar las interacciones y propiedades de las partículas subatómicas utilizando los denominados diagramas de Feynman. En su juventud participó en el desarrollo de la bomba atómica en el proyecto Manhattan. Entre sus múltiples contribuciones a la física destacan también sus trabajos exploratorios sobre computación cuántica y los primeros desarrollos de nanotecnología.
Si uno los conoce, deben darse los detalles que pudieran hacer dudar de la interpretación propia. Se debe hacer el máximo esfuerzo para explicar lo que no encaja, o pudiera no encajar. Por ejemplo, si uno elabora una teoría y la da a conocer, o la publica, se deben dar a conocer los hechos relevantes que discrepan de ella, y no sólo los que converjan. Existe además un problema más sutil. Cuando uno ha reunido y ensamblado un montón de ideas y confeccionado con ellas una teoría, al explicar qué cosas encajan en ella es necesario asegurarse de que las cosas que encajan no sean meramente aquellas que nos dieron la idea para la teoría; hace falta además que la teoría recién acuñada haga salir a la luz cosas nuevas.
Si estamos realizando un experimento, deberíamos dar cuenta no sólo de lo que nos parece que tiene de correcto, sino de todos los aspectos que a nuestro juicio podrían invalidarlo: otras causas que podrían explicar los resultados obtenidos; cosas que uno piensa han quedado descartadas por otros experimentos, y cómo funcionaron éstos; todo lo que garantice que los demás pueden saber qué es lo que se ha descartado. En resumen, la idea consiste en esforzarse en dar la totalidad de la información para que los demás puedan juzgar con facilidad el valor de la aportación, y no en dar solamente información que oriente el juicio en una u otra dirección. La forma más sencilla de explicar esta idea puede ser echar mano de la publicidad comercial. La noche pasada oí un anuncio que afirmaba que el aceite Wesson no empapa los alimentos. Bueno, eso es cierto.No es una afirmación deshonesta; pero no basta esa forma de honestidad. No, la cuestión es una cuestión de integridad científica, algo que está muy a otro nivel. El hecho que habría que haber añadido es que ningún aceite se embebe en los alimentos si se opera a cierta temperatura. En cambio, si se opera a otra, todos se embeben, incluido el aceite Wesson. Así pues, la información que el anuncio comunica no es el hecho, sino una consecuencia intencionada, aunque cierta. Y es de la diferencia entre unos y otros de lo que hemos de tratar.
Es importante aprender por experiencia que la verdad acaba por salir a la luz. Otros experimentadores repetirán los experimentos y averiguarán si estábamos en lo cierto o no. Los fenómenos naturales serán concordantes o serán discordantes con nuestras teorías. Y aunque uno pueda alcanzar temporalmente cierta fama, no se llega a adquirir una buena reputación de científico si no se esfuerza uno en ser muy cuidadoso en este tipo de trabajo. Y es este tipo de integridad, este tipo de cuidado en no engañarse a sí mismo, lo que se echa muy en falta en muchas de las investigaciones. Gran parte de las dificultades con que tropiezan residen, desde luego, en la dificultad de la materia que estudian, y en la imposibilidad de aplicar en ellas el método científico. Sin embargo, vale la pena destacar que no es ésta la única dificultad. La dificultad estriba en por qué no aterrizan los aviones. Porque no aterrizan.
El científico considera dentro de su enfoque fenomenológico, que todo método genuinamente filosófico, entraña fundamentalmente un interés de tipo gnoseológico, y ha de ser una crítica del conocimiento la disciplina que necesariamente debe encontrarse a la base de él. Toda filosofía que desee convertirse en ciencia rigurosa debe, según el autor y su planteamiento de la ciencia, entregarse a la elaboración sistemática del método que pregunta retroactivamente por los últimos supuestos concebibles del conocimiento pues sin antes realizar esta tarea, y adoleciendo de “una absoluta evidencia intelectual en la reflexión sobre sí misma, no puede cumplir con la exigencia radical que postula su aspiración de convertirse en ciencia rigurosa. Justo por esto las ciencias positivas no filosóficas no son ciencias últimas, absolutas, que se justifiquen por últimos fundamentos cognoscitivos.
Una filosofía con bases problemáticas, con paradojas que descansen en la falta de claridad de los conceptos fundamentales, no es una filosofía, se contradice con su propio sentido como filosofía”14. De aquí la radical importancia de la crítica del conocimiento.
El conocimiento o la conciencia, se concebía como un hecho y una realidad de índole precisamente psicofísica. Sometido, en cuanto tal, al imperio de leyes naturales y a relaciones de causalidad, se lo concebía inserto, como a todo hecho y realidad natural, en las condiciones espacio-temporales que constituían el horizonte de su presencia fenoménica. Asimismo, dominada la psicología por los mismos supuestos que se han detectado en relación a la ciencia natural, la existencia de una conciencia o de un conocimiento se tomaba y se aceptaba simplemente como un dato natural, y adscrito a él, como características naturales suyas, el hecho de que tal dato viniese acompañado por la existencia de una objetividad, no causaba la menor extrañeza a los investigadores naturalistas.
Explicar el origen psíquico de este epifenómeno, o buscar simplemente las leyes naturales que regulaban el curso de su aparición, era, en síntesis, lo único que importaba –fiel a sus postulados doctrinarios– a la ciencia natural positivista. Sumergirse en discusiones acerca de la “posibilidad del conocimiento”, de la “posibilidad de la objetividad” del mismo, existiendo tan patente y naturalmente el dato mismo de su existencia real y empírica, era para la ciencia radicalmente positiva, atenida sólo a la presencia comprobada de los fenómenos, una ocupación realmente sin sentido.
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